lunes, 10 de agosto de 2015

La paradoja de la sordidez.

Años atrás esto (y montar en bicicleta) resultaba mucho más sencillo... Sabría cómo empezar si no hubiera comenzado ya tantas cosas que no llegaron ni al primer puerto de repostaje. Pero esa es otra historia.

Supongo que el colmo de quien se autodefine como la mayor y más firme defensora de los puntos finales es no tener ni pajorera idea de cómo escribir un final. Perdón: Finales hay muchos, pero a pesar de los pesares del arte moderno y el relativismo moral los finales abiertos, los confusos, los finales sin final y los demás pululamientos no pueden ser en este caso incluidos en el concepto.
Yo hablo aquí de un punto final de los gordos, bien redondo, en negrita y a tamaño "número altísimo".- Me permito la licencia de "hablar de" con más cara que espalda porque si lo pienso bien llevo en la lista de morosos de finales más de un año, más de dos y más de más.
Y digo "hablo" porque hablar es fácil; pero también grazno, maúllo y hago ruido. Vivo y observo, y vivo más y aprendo, y me enorgullece echar la vista a los últimos trescientos y pico días, porque si algo he hecho mucho, de verdad y bien ha sido aprender. ¿El problema, entonces? El enésimo pequeño tropiezo. La enésima Pandora con caja por abrir.
Me incomodas porque sin verte no te echo en falta y apareces cuando no se te llama; y yo aprendo de todo y evoluciono, y aunque te cambio de forma y de escalón en la prioridad de mis esquemas nunca terminas de desvanecerte. Ojalá las debilidades dejaran de serlo con un simple vistazo al espejo y a la realidad. Ojalá la razón actuara donde sí y no sólo donde no.
Hoy no es por ti. Seguiremos informando.

(Escribir de noche sigue siendo trampa tanto tiempo después. a mí no me engañáis.)

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